jueves, 2 de mayo de 2013

Nuevo rumbo

El final de la etapa canaria no me dejó mucho tiempo de respiro para poder escribir, y para colmo el portátil acabó bajo las aguas: cosas de la mar y las pequeñas embarcaciones neumáticas. Abandonamos Arguineguín a finales de marzo con ganas de encarar el último tramo para la espera en el sur de Lanzarote. De esta travesía, apuntar que fue extraña: poco viento, mucha bruma, un montón de fauna agitada y un sonido grave y muy profundo que se repetía de vez en cuando. Más tarde nos enteraríamos de que los volcanes estaban un poco quejumbrosos y pensamos que de ahí vendría la ebullición marina. Hasta vimos un inmenso rorcual emergiendo de las aguas con sus fauces abiertas. Ya en Lanzarote, estuvimos rematando cosas en el barco hasta que se dió un parte favorable para el salto a Madeira. Lo que faltaba por hacer tendría que esperar. Aprovisionamos el barco y zarpamos una noche clara y con poco viento. Sabíamos que la siguiente jornada sería calmada, así que pusimos rumbo al norte en busca de viento, y lo encontramos 50 millas más al norte y casi 20 horas después de haber zarpado, pero el viento que recibíamos por la amura de estribor no cesó ya hasta que llegamos a Funchal, y de tal modo que empezamos poniendo un rizo en la mayor, la cual, finalmente, nos vimos obligados a arriar, por precaución, ante la noche que se avecinaba el segundo día. Ha sido una travesía muy buena, muy cansada también. Sin piloto automático, las guardias de dos horas cada dos horas acababan dejándote sin fuerzas. Cuando no estás a la caña, te tienes que encargar de la comida, la navegación en la mesa de cartas y sacar un rato para echar una cabezada, y ese rato es complicado con el barco escorado y dando pantocazos. Por suerte para nosotros, el O2 es un buen barco que se conforma con muy poco. Con un cabo amarrado a la caña desde una cornamusa, y ajustándolo bien, el barco fue solo y a rumbo toda la tercera noche. Incluso nos permitió cenar caliente en el interior del barco junto con un pequeño polizón que decidió pasar la noche con nosotros: una golondrina. Supongo que estaba tan cansada de su viaje que prefirió dormir aquella noche en familia, o mejor dicho, con unos extraños, que morir ahogada. Y así fue, la golondrina dormía a menos de un metro de la mesa donde nosotros cenamos y en ningún momento de la noche dejó de hacerlo ni se sobresaltó una sola vez con nuestro trasiego. Al amanecer se despidió y siguió su camino. Tres horas después del tercer día de navegación arribamos a Funchal. Ya os contaré mis impresiones de Madeira, pues acabamos de llegar. Solo deciros que según nos acercábamos a sus costas, nos maravilló con su verdor, montaas y acantilados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario