martes, 5 de marzo de 2013

Guerra y paz





Se dio un aviso de temporal y, por supuesto, este no quería faltar a su cita. Ultimamos los preparativos para dirigirnos a puerto pero cuando dimos al contacto, el motor no emitió ni un suspiro. Las baterías estaban agotadas y el cielo cargado de nubes no dejaba nutrirse a la placa solar. No quedaba alternativa: había que comprar una batería nueva con urgencia si queríamos cobijarnos a tiempo. Por suerte, y gracias a la ayuda de unos vecinos, llevamos la batería a bordo y tras tres horas de navegación algo agitada, pudimos ocupar el atraque asignado. El puerto de Mogán estaba a rebosar y los tripulantes, atareadísimos, trincaban a conciencia todo sobre cubierta y comprobaban una y otra vez las amarras de sus embarcaciones. El viento llegó con puntualidad y violencia, con rachas de hasta ciento cuarenta kilómetros por hora, la lluvia golpeaba de costado colándose por cualquier ranura y el oleaje rompía parabrisas y abollaba la chapa de los coches aparcados junto al rompeolas. Un espectáculo caótico que contrastaba con lo apacible del interior del O2. Cuando pasó lo más duro, sobre cubiertas y pantalanes, todos hacíamos balance de los desperfectos.

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